The Sea cuenta la historia de un hombre que vuelve a un pueblo en la costa y se aloja en la misma casa en la que muchas décadas atrás vivía las aventuras de sus veranos con los otros niños de la aldea. Ya la gente se viste diferente, ya no se busca leche en la granja, pero las casas y la playa siguen aún igual ahí. Nos enteramos que es viudo y tiene una hija adulta, y que en realidad viene a hacer el duelo. Más allá de la muerte de su mujer, su memoria lleva el peso de otras cosas que acontecieron en estos veranos de infancia pasados ahí en esta misma casa, que era de la familia Grace. Poco a poco llega a reconstruir imágenes y a formular preguntas vanas, la memoria también puede dar trabajo y también puede cruel e inútil.
No es un libro que engancha rápidamente, hay que entrar a su ritmo. Tampoco está divido en capítulos que puede dificultar reanudarse a la historia. Es más bien triste sin ser deprimente, porque transmite la sensación calma de que lo peor ya pasó, apenas hay que seguir viviendo, queramos o no queramos. Es un libro sobre la memoria como lugar en donde el hombre se refugia cuando al aproximarse el ocaso de su vida ya no existen otros refugios. El lector tiene que meterse en la cabeza de un hombre viejo obsesionado no con el pasado y plasmado ante la falta de sentido de seguir vivo. Se le contagió una sensación extraña de corporalidad consciente a la pareja con que tanta vida compartió. El lector puede recusarse y cansarse de esto y probablemente no pierde mucho, The Sea parece un libro privado, escrito para exorcizar las fantasmas de un pasado personal y no para que lo lean otros ojos.
No conocía a este autor, compré el libro medio al azar porque era el único que tenían en un idioma que no sea el francés, en una feria de cosas viejas en un pueblito de la Dordogna. Leer en ingles me cuesta un poco y con falta de práctica cada vez más, hay muchas palabras que no sé, pero también me voy recordando y eso se siente bien. Banville escribe muy bien, tiene muchas metáforas y descripciones vivas, de eso me di cuenta, a pesar de no llegar nunca a la altura de poder apreciar su elocuencia dado mi pobre vocabulario.
Aunque en un primer momento cueste entrarle a la historia, vale la pena sumergirse. La infancia y adolescencia son un terreno lleno de riquezas, aprendizajes duros, primeros amores y cosas tan inmediatas que no son recordados, se pierden, pocas veces es confiable la memoria, pues el cerebro monta historias para adaptarlas a una visión de uno mismo particularmente aferrada al presente.
El propio aire de aquel pueblito parece tener un efecto extraño sobre el tiempo, el olor del mar y los colores, palomas y vegetación, todo parece parado. Las imágenes y escenas escapan del reloj. La memoria opera con imágenes, está el picnic con los Graces, la cara de uno mismo en el espejo, aquel rayo de luz que recuerda a otros momentos bañados en luz, aquel olor que trae a la consciencia otros olores, etc.
No me disgustó la novela, pero la termino con alivio y tampoco tengo la certeza de querer recomendarla.
No es un libro que engancha rápidamente, hay que entrar a su ritmo. Tampoco está divido en capítulos que puede dificultar reanudarse a la historia. Es más bien triste sin ser deprimente, porque transmite la sensación calma de que lo peor ya pasó, apenas hay que seguir viviendo, queramos o no queramos. Es un libro sobre la memoria como lugar en donde el hombre se refugia cuando al aproximarse el ocaso de su vida ya no existen otros refugios. El lector tiene que meterse en la cabeza de un hombre viejo obsesionado no con el pasado y plasmado ante la falta de sentido de seguir vivo. Se le contagió una sensación extraña de corporalidad consciente a la pareja con que tanta vida compartió. El lector puede recusarse y cansarse de esto y probablemente no pierde mucho, The Sea parece un libro privado, escrito para exorcizar las fantasmas de un pasado personal y no para que lo lean otros ojos.
No conocía a este autor, compré el libro medio al azar porque era el único que tenían en un idioma que no sea el francés, en una feria de cosas viejas en un pueblito de la Dordogna. Leer en ingles me cuesta un poco y con falta de práctica cada vez más, hay muchas palabras que no sé, pero también me voy recordando y eso se siente bien. Banville escribe muy bien, tiene muchas metáforas y descripciones vivas, de eso me di cuenta, a pesar de no llegar nunca a la altura de poder apreciar su elocuencia dado mi pobre vocabulario.
Aunque en un primer momento cueste entrarle a la historia, vale la pena sumergirse. La infancia y adolescencia son un terreno lleno de riquezas, aprendizajes duros, primeros amores y cosas tan inmediatas que no son recordados, se pierden, pocas veces es confiable la memoria, pues el cerebro monta historias para adaptarlas a una visión de uno mismo particularmente aferrada al presente.
El propio aire de aquel pueblito parece tener un efecto extraño sobre el tiempo, el olor del mar y los colores, palomas y vegetación, todo parece parado. Las imágenes y escenas escapan del reloj. La memoria opera con imágenes, está el picnic con los Graces, la cara de uno mismo en el espejo, aquel rayo de luz que recuerda a otros momentos bañados en luz, aquel olor que trae a la consciencia otros olores, etc.
No me disgustó la novela, pero la termino con alivio y tampoco tengo la certeza de querer recomendarla.