Es para leer de un tirón.
Me encantan las novelas en que todo va de mal en peor y no es que todos sean malos menos el héroe. Me gusta como en pocas páginas el narrador sigue no solo al protagonista si no a veces a ella y hasta introduce pequeñas cartas y notas. Me gustó también como él se caracteriza: no quiere ser un ente racional que hace carrera en la ciudad, no es hippie ni anarquista, ni quiere ser un dominador sin corazón, es medio literato pero no lo es tampoco. Una pareja pequeño burguesa, o clase-media citadina blanca, de Medellín, se compra una finca en una isla del Caribe, aislada en la selva, pero con terreno que su re el monte y el mar, y algo de ganado.
Tienen a su disposición un ejército de servidores, negros todos sin excepción, de buena voluntad.
Ya cuando llegan el mar no está muy bonito, "no apareció magnífico y azul". Todo feo, pobre con ruído y olor.
El propósito no es hacerse rico, pero subsistir tranquilos comiendo mangos con sal y bebiendo ron.
El desastre está anunciado, por eso nos quedamos con los ojos pegados a las páginas. Cada decisión de J. parece buena al principio y se revela fatal.
No queda claro si el fallo es humano, un problema de lideranza como se diría, o si es más bien la naturaleza que se defiende y no se deja saquear. Aunque no haya catástrofe natural, la selva es la selva y no es un paraíso para cada uno. Muy claro se ve como las problemas de pareja multiplican su efecto desastroso fuera de la esfera privada. Y madre mía cómo beben!
Hubiese preferido quizás un final un poco más complejo pero creo que el encanto de la novela reside justamente en la previsibilidad y que a pesar de todo seguimos con esperanza que se vuelce la situación para mejor o que se evite lo inevitable. Yo estaba convencida de que le iba a caer un árbol encima, pero no.
Recomendada.
Voy a leer más de este señor González!