Es así que se siente un porteño en el Uruguay. Brotan por todos lados las asociaciones típicas, la escapada de Buenos Aires, el Buquebus, los hippies de Valizas, Cabo Polonio, Montevideo familiar, todo igualito, pero diferente. Uruguay real, pero idealizado y cantan "A redoblar" en la playa. A solo 4 horas
de barco, pero más allá de la frontera. Los enchufes son para dos patitas redondas y el cargador de Lucas era de tres planas, la gente dice liceo, nomás, un mozo que se parece a Zitarrosa. Championes, salado, chiquilines, bo, entre el voseo y el tú. El palacio Salvo, La Pasiva, la playa Ramírez, los porros y Mujica.
No conocía el autor, pero recuerdo haber leído una nota sobre esta novela hace poco y no logro recordar donde. Ya pensaba que nunca iba a poder conocer esta generación de autores, debida a mi limitado poder de compra, pero apareció alguien que me pasó una copia.
La historia contada en primera persona, además de enumerar estereotipos y lugares comunes, cuenta la historia de una desilusión. Una pareja que se separa, quizás ayudado por las circunstancias y mala suerte y sobretodo porque Lucas metió la pata. No aguantó la presión que significa mantener el nivel económico y tener una familia clásica. Se habla del sentimiento de enamorarse de una ciudad, de subjectividades y espacios urbanos. Se puede leer que Montevideo es como Buenos Aires, pero menos glamour capitalista, "como si no hubiera habido neoliberalismo"). Mas que otro espacio, se trata de otro tiempo (o de la esperanza de). Y en Montevideo lo tratan con la alteridad subtil con la que se trata a un porteño.
Lucas Pereyra que es el narrador nos cuenta de sus viajes al Uruguay con el propósito de cambiar unos dólares y unos pesos al cambio no oficial y volver a Argentina sin declararlos - no debe de haber tema más actual. "Era la época del dólar blue, el dólar soja, el dólar turista, el dolar ladrillo, el dólar oficial, el dólar futuro" Los negocios de contrabando mantiene vivas las fronteras del mundo, y las constituye en primero lugar.
"Nadie sabía bien cuánto valían las cosas. El peso se devaluaba, había inflación. Y empezaron los controles de cambio. Como si en pleno verano te pagaran en hielo y prohibieran las heladeras. Todos buscando dólares desesperadamente. Se desdobló el mercado, entre el oficial y el paralelo, en medio aparecieron las cuevas, los intermediarios, los amigos de los primos."
Las economías en la ficción, son también un gran tema argentino. A veces me pregunto porque no hay más novelas así.
"Una situación medieval, en el siglo XXI, tiempos de transferencias electrónicas y dinero virtual, y uno buscando unos papeles impresos del otro lado del río, escondiéndolos, buscando una alternativa, tratando de zafar de las medidas, de las consecuencias laterales de las decisiones del Estado, encontrando esa fisura por donde poder pasar."Y si literatura precisa de tiempo y el tiempo (en la ciudad) se traduce en dinero?
"..la deuda era algo invisible que estaba oculto en mi cerebro. Una sucesión de imágenes relatadas que debían salir de mi imaginación. Aquello con lo que yo tenía que pagar no existía, no estaba en ningún lado. Había que inventarlo. Mi moneda de cambio eran una serie de conexiones neuronales que irían produciendo un sueño diurno, verbal. ¿Y si no funcionaba esa máquina narrativa?"
Así, casi imperceptiblemente se toca el tema del valor de la literatura. Porque Lucas, el personaje tiene una
deuda literaria, la deuda del escritor que recibe un adelanto de la
editorial, la deuda de ideas que se traducen en dinero. Y es padre
de familia, un escritor con falta de tiempo, falta de dinero, falta de
inspiración, con la mujer profesional que paga las cuentas de casa, difícil de aguantar para un ego que se formó en la clase media-alta de colegio inglés y country. Era obvio que se iba a mandar una cagada y francamente, a mí me aburre el tema de la fidelidad de parejas y afines.
Y el tema del género y de las nuevas familias me pareció metido a la fuerza y empujando para que quepa en las últimas tres páginas. Hubiese quedado mejor sin esta resolución final, pero ta.
Y el tema del género y de las nuevas familias me pareció metido a la fuerza y empujando para que quepa en las últimas tres páginas. Hubiese quedado mejor sin esta resolución final, pero ta.
En resumen, La Uruguaya es entretenida, corta y simpática, pero no me pareció gran cosa. Por el estilo de pintar la sociedad, me acordó de Sergio Olguín.
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