Es hermoso como Agualusa ata cabos y cuantos cabos, atados cada uno con todos los otros, como un macramé simétrico.
Con historias en su mayoría tristes, pero preciosos, momentos, curiosidades, diría casi maravillas aunque caben dentro de lo explicable/no sobrenatural que hacen con que personajes muertos, o presos, cobren una nueva identidad, una nueva vida.
Ludovica vive con la hermana Odete, en Aveiro Portugal, ella tiene miedo de espacios abiertos y no sale a la calle. La hermana se casa con Orlando un empresario adinerado. Se van a vivir los tres en un edificio lujoso en Luanda, Angola. En los días confusos de la lucha de independencia desaparece el matrimonio y Ludo se queda sola con su perro en el apartamento sobreviviendo muchos años sin salir. Tiene una biblioteca y un deposito con comida y una terraza donde plantar maíz y criar gallinas, llega a cazar palomas y quemar las tablas del suelo para cocinar.
A través de esta historia giran y se encuentran las historias trágicos y poéticos de unos cuantos otros personajes, portugueses, angoleños, mulatos, mercenarios, policías, niños de la calle, enfermeros, artistas, desaparecidos, etc.. Hay un hipopótamo que baila y se llama Fofo, un perro que se llama fantasma, una paloma que se llama amor y un mono que se llama Che Guevara. Los que se quedaron, los que se fueron, los que lucharon de un lado o de otro y los muchos que se ven en medio de un conflicto con el que no quieren tener nada que ver.
Por el estilo me acordó un poco de los cuentos de Andrés Neuman (por ejemplo en: Hacerse el muerto (2011)) aunque aquí todo se conecta y forma una novela (incluso también hay una escena de fusilamiento) y me gusta).
Muy recomendable.
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