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31 mayo, 2020

Sara Gallardo - Enero (1958)




No puedo describirlo mejor que lo hicieron los reseñistas de la contratapa. Me gustó mucho. Es una historia simple y triste. Cotidiana en fin. Pero como escribía esta muchacha a los 25 años es impresionante. Parece que toda belleza excuberante del campo se vuelca o se vuelve en contra de la mujer a la que es negada su voluntad, su dignidad y libertad. Me da pena no haber encontrado esta  novela cuando tenía 20 años.

30 mayo, 2020

Hernán Ronsino - La Descomposición (2007)

 

Es el libro que abre la Trilogía (especie de): Glaxo (2009), La descomposición (2007), Lumbre (2013). No es exactamente una trilogía, pero los tres comparten el mismo universo.

Nos situamos en el pueblo de Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, donde había el bingo, el gato negro, el diario, la laguna muerta, el Múnich, el barrio Los Troncos, los molinos, la cervezaría Danubio y donde ahora no queda mucho más que ruinas de lo que fue y sus historias. El periodista, el carnicero, el ciruja, el artísta internado. Hay bicicletas, perros y colectivos que bufan. Escenas de caza, accidentes, reencuentros. 

Leí primero Lumbre, el tercero de los tres libros, por lo que ya sabía como algunos de los personajes presentados morirían después. No ayudó pero tampoco hizo mal. 

La descomposición está dividida en dos partes : La acidez del limón, Esa podredumbre. 
Se llama la descomposición y de cierta manera esta descompuesta. Es la emoción que guía el relato, pero no es una emoción bien definida, fragmentos, dispersos, recortes, hay que estar atento o a lo mejor leer el libro dos veces, hay relatos en primera persona y otros que otros cortaron de los mismos personajes, cosas de la infancia, impresiones que aparecen cuando uno mira las ruinas de los edificios que albergaron lugares centrales del pueblo, ahora disfumados. Son escenas medio sueltas o digamos unidas con un hilo conductor que se esconde a ratos, memórias de cosas del campo, vistas de reojo, oblicuas, casuales y profundas, como viendo las cosas pero viendolas o recordándoles barajando su posible grado de peso en la vida de esta gente. Hay historias que atrapan, y otros fragmentos que son más descriptivos. Como un rompecabezas incompleto de un quien es quien y que fue de ellos más o menos a través de los años.
Me gusta mucho el estilo de Hernán Ronsino, se me hace muy vivo su Chivilcoy. Sin embargo, la publicidad de Eterna Cadencia me ha criado expectativas muy altas difíciles de satisfacer o tal vez es simplemente que lo de los fragmentos no es lo mío. (Y por eso mismo voy a tener que leer Glaxo también.) Es un libro que a pesar de sus escasas páginas llevó mucho tiempo en mi mesita de luz, pero que miraba con mucho cariño. Creo que el problema más grande fue que me había hecho que la voz narradora, tan íntima y observadora, pertenecía al hijo de Bicho Sousa, como lo es en Lumbre, ahora que esa misma voz en La descomposición sea de otro, me hizo un poco de un nudo en la cabeza. 

En la pag. 55 está la metáfora de una descomposición que quizás da nombre al libro:
“Pero hay cosas, pienso, que van cercando. Por decirlo de otra manera: el yuyal que avanza desde la zanja de la calle trepa por la tierra hasta el alambrado. En un par de semanas estará cerca del tronco muerto. Y con el yuyal vendrán las plagas. Y el recuerdo de la huerta será una idea, confusa, en cierto modo mentirosa de su grandeza, de su plenitud, que deformará así el presente, siempre más impropio, con esos yuyos trepando, en silencio, seguro por las noches. Y las plagas.”
Contratapa
"En el pueblo del Bicho Souza, de Abelardo Kieffer, de Pajarito Lernú, por momentos el aire se hace irrespirable. La sensación de que algo se ha roto sobrevuela los innumerables relatos que hilvanan la memoria de los personajes, un accidente de caza, un crimen, un tornado, un suicidio; “algo se está desgastando, imprevisible, sobre los tejidos scuros, en las entrañas de este momento: y no lo vemos, y no podemos, por estar ciegos, detenerlo; y no podemos, aunque lo viéramos, frenarlo”. Una novela morosa que pareciera hablar de la imposibilidad de narrar, pero también de una época muy clara de la Argentina, de descomposición social, familiar, individual, dominada por el hastío y la ausencia de futuro."

César Aira - El congreso de literatura (1997)


Qué risa! Qué rato bien pasado.
Me gusta que Aira tenga su estilo reconocible, su forma. Si uno conoce el estilo de Aira, diría que El congreso de literatura es un ejemplo bastante clásico de sus novelitas cortas, rápidas, descabelladas, que parecen revelar una lógica oculta detrás de todo, precipitándose a la tontería pero con estilo. Pero es una lógica de científico loco (hay referencias al el Gran Vidrio de Duchamp y al Belvedere de Escher)..
El protagonista/narrador es un artista, un artista cuya Gran Obra coincide con su vida, porque todo se llena de metáforas y desdoblamientos. Es un engreído, presumido que con soberbia e supuesta inocencia nos cuenta como pasó unos días en Mérida, Venezuela para atender a un congreso de literatura y donde intentó a clonar Carlos Fuentes. Como en muchas de sus novelas el protagonista se llama César. Como en La villa del mismo autor, está la droga que confunde las percepciones, la proxidina. Con un humor original que lleva su estampa, podría escribir - y de hecho escribe centenas de novelitas así, como la de Prins (2018) por ejemplo, y siempre me hará reir. En eso creo que se parece a la literatura de Santiago Lorenzo aunque Aira tiene algo de digamos más literario y más rebuscado en el buen sentido.

> nota aparte: no sabía que existía en español el “estar en tren de”, lo escuché en francés, reparé que en alemán es igual, y ahora lo escucho todo rato, que raros son los procesos de aprendizaje a veces.


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